A las 38 semanas de embarazo, Susana Dubó fue diagnosticada de COVID-19, por lo que no pudo estar acompañada durante el parto ni en su estadía en la Clínica. Sin embargo, confiesa que sintió el apoyo y cariño de todos quienes estuvieron al cuidado de su salud.
Cuando estaba en el baby shower virtual para celebrar la llegada de su hijo, Susana empezó a sentir dolor corporal, congestión y dolor de cabeza. No le dio importancia y lo asoció a un resfrío. Los síntomas no cedieron con los días, por lo que contactó a su ginecólogo, quien le indicó que fuera a la Clínica a tomarse el examen PCR, para descartar que se tratara de COVID-19.
El resultado positivo fue sorpresivo para Susana, ya que prácticamente no había salido de su casa. “Me indicaron hacer cuarentena y reposo total para que no se adelantara el trabajo de parto y mi guagua lograra llegar a las 40 semanas”, recuerda la paciente.
Casi de término, volvió a hacerse la prueba, pero nuevamente dio positiva. Esto significaba que no podría estar acompañada en el parto y que el equipo de salud debería tomar resguardos adicionales para atenderla.
“Programamos la cesárea en un pabellón con presión negativa, para evitar la diseminación del virus, y todos los profesionales, usamos los Elementos de Protección Personal (EPP) y aplicamos las normas de higiene, según el estricto protocolo establecido para este tipo de partos”, relata el Dr. Andrés Casanova, ginecólogo obstetra de Clínica Santa María.
“A pesar de que mi pareja no pudo acompañarme, nunca me sentí sola. El equipo de salud fue muy cálido, me apoyó y ayudó en todo momento. No fue como lo había soñado, pero lo más importante es que Pedro nació sano y hoy podemos regalonearlo en casa”, afirma Susana.