El aparato genital femenino está conformado por un grupo de órganos cuya función más importante es la fecundación; además controla los cambios necesarios para lograr el embarazo, el parto, la lactancia y todas las intervenciones ligadas a la vida sexual de la mujer. Reúne órganos externos e internos como la vulva y la vagina, el útero, las trompas, los ovarios y las mamas.
Para evitar enfermedades que afecten al aparato ginecológico, es fundamental controlarse con su médico periódicamente, respetando los plazos de exámenes y tratamientos. La detección precoz de este tipo de enfermedades, es esencial para prevenir el cáncer u otras dolencias graves.
En Chile, alrededor de 800 mujeres mueren cada año por cáncer al cuello del útero. La detección precoz de la enfermedad es lo único que permite revertirla, por lo que es de vital importancia realizarse los exámenes y controles pertinentes.
El cáncer cervicouterino es el resultado de una infección viral persistente asociada al virus papiloma humano (HPV). Este virus tiene muchos sub tipos, de los cuales los más frecuentes y que se asocian a este cáncer son el HPV-16 y HPV-18.
Causas
Este es un virus de transmisión sexual pero no necesariamente coital. Basta con el contacto genital para que la mujer pueda adquirir la infección.
Se estima que alrededor de la mitad de las mujeres de nuestra población ha tenido o tendrá el virus papiloma en algún momento de sus vidas. Sin embargo, de todas las que se infectan, la gran mayoría lo hace de forma transitoria, ya que los mecanismos de defensa de su cuerpo se encargan de eliminarlo.
Aunque sean un porcentaje muy menor, las que realmente importan son las mujeres que poseen una infección persistente, es decir, que son incapaces de eliminar el virus. Ellas son las que finalmente pueden desarrollar lesiones pre cancerosas en el cuello del útero y finalmente un cáncer invasor.
Síntomas
El cáncer cervicouterino en sus etapas iniciales es asintomático.
Cuando el ginecólogo nota que el resultado del papanicolau está alterado, deriva a la paciente a un médico ginecólogo-oncólogo, quien a través de una colposcopia (mirar el cuello del útero con lentes de aumento) y la eventual toma de una biopsia, diagnosticará si se trata de una enfermedad pre invasora o invasora.
En la etapa de pre cáncer o neoplasia intrapitelial (desarrollo de un tejido anormal en la superficie del cuello uterino) los tratamientos son bastante conservadores y no afectan la fertilidad de la mujer ni generan gran impacto en su calidad de vida.
Habitualmente son tratamientos cuyo objetivo es destruir la zona del cuello del útero afectada por la enfermedad. Esto se logra a través de criocirugía (destrucción por congelamiento), láser o la resección (extirpación) de parte del cuello del útero.
En caso de que la paciente posea un cáncer invasor o ramificado a otros órganos, los tratamientos son diferentes y hay menos posibilidades de recuperación. Se requiere de procedimientos radicales, grandes cirugías oncológicas con extirpación completa del útero, radioterapia y quimioterapia.
Existen dos formas de prevenir la infección por VPH (Virus Papiloma Humano). La primera es que la mujer sea responsable en su sexualidad. La abstinencia sexual y la pareja única y estable evitan el contagio. Cualquier grado de infidelidad conyugal por parte de alguno de los miembros de la pareja expone a la mujer a contraer el virus, ya que el hombre puede adquirirlo de otra mujer y contagiarlo. Esta infección no es prevenible con preservativos.
En segundo lugar, está disponible una vacuna, sin embargo, sirve únicamente para las mujeres que no han iniciado su vida sexual y nunca han estado expuestas a contagio. Su mayor recomendación hoy en día, es a las mujeres en edad puberal. La vacuna no sirve para todos los tipos de virus papiloma, sino sólo para los más frecuentes. Por lo tanto aún vacunada, la mujer no queda exenta de contraer el virus. El papanicolau es la forma de prevención secundaria más importante. Todas las mujeres entre los 25 y 64 años debieran hacerse al menos uno de estos exámenes cada tres años, ya que esta enfermedad es asintomática y sólo se llega a ella a través de estos controles de rutina.
El 15% de la población femenina que ha sido madre ha desarrollado una depresión post parto. La gravedad de esta patología no radica sólo en el sufrimiento de la mujer, sino en la incidencia que tiene para el desarrollo cognitivo y emocional de la guagua.
Si bien este cuadro depresivo tiene prácticamente las mismas características y síntomas que una depresión común, corresponde a un periodo de la vida de la mujer muy particular.
Los cuadros depresivos en general abarcan aproximadamente a un 8% de la población y son hasta tres veces más frecuentes en las mujeres. El que ellas sean más propensas y de depresiones más prolongadas, tiene que ver con los cambios hormonales a los que está sometido su organismo durante todo el ciclo reproductivo, es decir, desde el momento de la pubertad hasta la menopausia.
Así, las bajas de ánimo en las mujeres tienden a aparecer durante el periodo premenstrual, aumentando un poco durante el embarazo y bastante más en el post parto.
¿Qué mujeres desarrollan este tipo de depresión?
Si bien todas las mujeres comparten la posibilidad de desarrollar una depresión post parto, las posibilidades aumentan según ciertas condiciones.
Existe un 20% más de probabilidades en aquellas que han tenido cuadros depresivos previos, un 30% en las que su ánimo decae durante los meses de gestación, ya sea por situaciones emocionales como conflictos de pareja o por situaciones aflictivas en general, y hasta un 50% en las que han sufrido depresión post parto en embarazos anteriores.
Desde el punto de vista evolutivo uno de los elementos que más ha contribuido al desarrollo emocional, social y cerebral del ser humano ha sido la posibilidad de establecer un vínculo prolongado e intenso con su madre.
Uno de los problemas más complejos de esta depresión, sobre todo si es prolongada, es el impacto en la relación madre–hijo. El vínculo emocional entre ellos puede resultar profundamente dañado, lo que puede tener consecuencias en el desarrollo neurocognitivo y emocional del pequeño.
Los síntomas son básicamente los mismos que una depresión común: decaimiento del ánimo por un tiempo prolongado, tristeza, abatimiento, desgano, apatía, desinterés, ansiedad, irritabilidad e incapacidad para experimentar placer por cosas simples y cotidianas.
En la depresión post parto se suma la sensación de incapacidad o de rechazo para cuidar del hijo, un agudo sentimiento de culpa asociado a esta dificultad, además de insomnio y una profunda angustia con opresión torácica y abdominal, a veces acompañada de gran inquietud.
También pueden presentarse molestias digestivas, dolores musculares, pérdida de atención y memoria e ideas pesimistas o incluso de muerte.
Como en todas las depresiones, hay distintos niveles de intensidad:
Hay situaciones que son suaves y que se denominan disforia: son estados leves que duran pocas semanas, cuya sintomatología son el decaimiento y una cierta tendencia a la tristeza y al llanto. Sin embargo, son percibidos por la mujer como una situación emocional natural luego de la experiencia del parto.
Las situaciones más graves revelan actitudes melancólicas con ideas y actos suicidas. Algo menos frecuente, pero que también puede llegar a ocurrir, es que la mujer sufra una psicosis post parto con alucinaciones y delirios persecutorios, de culpa, de ataque e ideas homicidas respecto a la guagua.
Cuando la depresión es leve, las prácticas terapéuticas son más bien simples. Resulta útil el desarrollo de actividad física como hacer gimnasia y caminatas, pero al mismo tiempo es importante tener una mayor cantidad de horas de reposo.
Otra forma de combatir el problema es a través de fármacos, pero siempre bajo la supervisión de un especialista. El tratamiento farmacológico en general va acompañado de psicoterapia.
El cambio en el estilo de vida de nuestra sociedad ha llevado a que más mujeres presenten sobrepeso cuando están esperando guagua. Esto, junto con otros factores, ha derivado en que aproximadamente el 10% de las chilenas embarazadas sufran de diabetes gestacional.
Durante el embarazo, muchas mamás dan rienda suelta a sus antojos. Pero ojo, porque los chocolates, pasteles, dulces, entre otros, además de sumarle unos kilitos extra, pueden hacer que se desarrolle una diabetes gestacional.
Esta condición se define como la intolerancia a los hidratos de carbono que se desencadena durante el embarazo. Se trata de un grado leve de diabetes del adulto, que generalmente aparece en el segundo trimestre de gestación, es decir, entre las 24 y 28 semanas.
Causas
Son varias las causas que inciden en su desarrollo:
- Durante este periodo, el cuerpo femenino produce hormonas que aumentan la resistencia al trabajo de la insulina.
- Antecedentes familiares de diabetes, el sobrepeso u obesidad son otros factores de riesgo.
- Por último, la raza latina también es un factor de riesgo, lo que hace que las chilenas sean más propensas a tener diabetes gestacional.
Síntomas
Hay mujeres que son asintomáticas, por lo que pueden pasar todo el embarazo sin ser diagnosticadas. Por ello, el Ministerio de Salud establece como norma general, que a todas las embarazadas del país se les realice un examen de tolerancia a la glucosa, entre las 24 y 28 semanas de gestación. Este test consiste en medir el nivel de azúcar en la sangre (glicemia) dos horas después de sobrecargar el organismo con 75 gramos de glucosa. Si el resultado es sobre 140 mg/dl, estamos en presencia de diabetes gestacional.
Riesgos
Este tipo de diabetes no trae consecuencias graves para la madre o para la guagua, ya que se produce en la segunda mitad del embarazo. Sin embargo, si no se controla adecuadamente, aumentan las posibilidades de que la paciente desarrolle una diabetes 15 o 20 años después. En el caso de que la madre no presente esta enfermedad a lo largo de su vida, es poco probable que se gatille en el hijo.
Son muchas las enfermedades que se pueden curar si son pesquisadas precozmente. Por ello, es de vital importancia realizar los chequeos médicos correspondientes, según edad y factores de riesgo de la mujer.
La primera visita al Ginecólogo puede causar ansiedad y pudor. Sin embargo, hay que tener claro que cuando una mujer decide iniciar su vida sexual debe acudir a un especialista, para evitar posibles problemas en el sistema reproductor.
A continuación, le entregamos una guía con los exámenes ginecológicos de rutina necesarios para toda mujer:
Control ginecológico: Toda mujer en edad fértil o con alteraciones menstruales debe realizarse un control ginecológico al año. Esto debe persistir después de la menopausia, pues la patología oncológica más grave se da en esta etapa. En este control se deben evaluar factores de riesgo, la historia menstrual de la paciente, su vida sexual en términos de edad de inicio y cantidad de parejas.
Mamografía: Sirve para prevenir el cáncer de mamas y debe realizarse anualmente a partir de los 35 años. Una mujer con antecedentes familiares de cáncer mamario debe someterse a un control más riguroso, que implica una revisión precoz.
Ecografía transvaginal: Este examen se hace con el objeto de evaluar específicamente los genitales intraabdominales. No es de rutina, su periodicidad va a depender de los síntomas o hallazgos.
Papanicolau: Está orientado a detectar de manera precoz lesiones precancerosas en el cuello del útero. Se recomienda realizarse este examen cada tres años. Cuando existen factores de riesgo asociados, es aconsejable realizar el control anualmente.
Densitometría ósea: Es recomendable para evaluar el estado de los huesos de aquellas mujeres que están en su menopausia. Si los resultados son normales, se recomienda repetirlo cada dos o tres años. En esta etapa, también es necesario realizarse exámenes generales destinados a la pesquisa de alteraciones del colesterol.
Controles de embarazo: Durante esta etapa, se sugiere vigilar que el embarazo siga su curso normal, con el fin de que complicaciones como el parto prematuro, el síndrome hipertensivo del embarazo, el retardo del crecimiento intrauterino y las infecciones puedan ser detectadas oportunamente.
Se calcula que el 20% de las mujeres sufrirá al menos un episodio de infección urinaria en su vida. Lo más importante para tratarlas, es la consulta con un especialista ante la primera molestia.
La anatomía femenina hace que las mujeres sean mucho más propensas a contraer estas infecciones que los hombres, ya que la uretra (conducto por el que sale la orina) está a pocos centímetros del ano, facilitándose el paso de bacterias hacia el aparato urinario. Desde ahí pueden llegar a la vejiga y contaminarla, lo que deriva en infecciones o cistitis. De no ser tratada, puede producirse una pielonefritis, enfermedad renal menos frecuente que en casos graves puede convertirse en una septicemia, que implica riesgo vital.
Existen periodos específicos en la vida, en los que las mujeres sufrirán de infecciones:
- Infancia: tiene directa relación con los hábitos higiénicos.
- Inicio de la vida sexual activa: se produce por colonización o adquisición de gérmenes durante la relación sexual.
- Menopausia: determinado por cambios hormonales, que implican modificaciones en el pH de la zona genital.
- Tercera edad: se acentúan los cambios hormonales y se suman patologías propias de la edad como la incontinencia y el prolapso. Síntomas
- Dolor, especialmente en la zona baja del abdomen.
- Polaquiuria (orinar seguido y en poca cantidad).
- Incapacidad de aguantar el deseo de ir al baño.
- Sensación de no haber vaciado la vejiga.
- Ardor al orinar.
- En algunos casos puede haber sangramiento.
- Cuando los riñones están comprometidos, se produce dolor en la espalda y fiebre.
Ante cualquiera de los síntomas antes mencionados, se debe consultar con un Urólogo, quien realizará un análisis y cultivo de orina para determinar la presencia y tipo de bacteria.
La duración del tratamiento dependerá del tipo de infección y de la importancia de la misma: si es una cistitis, se puede tratar con antibióticos orales durante dos o tres días, aunque la desaparición de los síntomas puede tardar varios más.
- No retrasar la micción cuando tenga ganas de orinar.
- Orinar tranquilo y sin apuro hasta vaciar completamente la vejiga.
- Beber abundante líquido diariamente.
- Orinar antes y después de tener relaciones.
- Mantener un pH estable en la piel, evitar el cambio continuo de jabones y geles de baño.
- Realizar el aseo genital en forma adecuada.
- Hacer las necesidades todos los días, preferentemente en la mañana antes de la ducha.
La mayoría de las mujeres sueñan con ser madres algún día. Lo que muchas no saben es que su gran anhelo puede verse interrumpido por varias causas, entre las que se cuentan los trastornos alimenticios.
La anorexia y la obesidad están estrechamente relacionadas con la infertilidad en la mujer, ya que son dos hechos que alteran la ovulación.
Hay múltiples circunstancias físicas, emocionales y ambientales que pueden alterar la ciclicidad ovárica, la ovulación y la capacidad fértil de la mujer. Por ejemplo, el estrés laboral, emocional y físico, irse de viaje o dar exámenes académicos pueden traer consecuencias al momento de querer tener hijos.
Anorexia
La anorexia afecta aproximadamente al 1 o 2% de la población, incluyendo a adolescentes y mujeres adultas. Este mal conlleva una pérdida significativa de masa corporal, muscular y tejido graso. Es un trastorno de origen psiquiátrico, complejo, multifactorial y que requiere un manejo multidisciplinario.
Pero, ¿cómo puede esto afectar la capacidad de tener hijos? En la fertilidad femenina, la pérdida de peso de cualquier naturaleza se ve asociada con la liberación inadecuada de la hormona hipotálamo-hipofisiaria, que disminuye la estimulación sobre el ovario para la producción de estradiol y progesterona. La falta de ovulación tiene una serie de consecuencias biológicas, que se traducen en dificultad para lograr un embarazo.
Obesidad
Por su parte, la obesidad también se relaciona directamente con la disminución en la capacidad reproductiva, ya que al igual que en el caso de anorexia, se produce una secreción inadecuada de la hormona hipotálamo-hipofisiaria, lo que causa serias dificultades para quedar embarazada.
¿Qué se debe hacer?
Lo primero es la evaluación metabólica, nutricional, hormonal y conductual. El enfoque terapéutico se basa en bajar de peso y normalizar los distintos trastornos metabólicos, junto con un apoyo sicológico permanente. Además, la recuperación de la ovulación y de la fertilidad pasa por el uso de diferentes fármacos orales e inyectables destinados a estimular o reforzar los mecanismos endógenos que desencadenan estos procesos.
Menopausia es la expresión que se utiliza para designar la fecha de la última menstruación en la vida de la mujer (entre los 45 y 52 años). Ésta se produce a raíz del envejecimiento del ovario, el cual progresivamente pierde la capacidad de producir hormonas (estrógeno y progesterona) y la de ovulación, eliminando la posibilidad de embarazo y reduciendo la frecuencia de las menstruaciones hasta que finalmente se detienen.
Así, la menopausia se define como la ausencia de sangrado por un periodo superior a un año. Al principio, las reglas comienzan a ser muy irregulares y cada vez más espaciadas, siendo normal que lleguen cada dos o tres meses, lo cual puede durar un par de años antes de que llegue la menopausia.
Los cambios que conducen al cese de la función menstrual y al reajuste metabólico duran alrededor de cinco a siete años. A ese periodo se le denomina climaterio y es la etapa en que ocurre toda la sintomatología.
Síntomas
Los síntomas que acompañan a este proceso son bastante variados. Hay mujeres que los pueden sentir antes, como otras pueden tener sus primeros síntomas tres años después de ocurrida la menopausia, o bien no tener síntomas de ningún tipo, excepto la ausencia de sangrado.
Corresponden a un repentino aumento en la temperatura corporal. Producen una molesta sensación de calor y transpiración desde la base de los hombros hasta el cuero cabelludo pasando por el rostro y pueden ocurrir de una o dos veces al día hasta seis o más veces. Cuando suceden durante la noche, el sueño tiende a volverse superficial e intermitente, generando alteraciones del genio y estado de ánimo en la mujer. Estos sofocos duran, en promedio, entre dos a tres años y a un grupo menor de mujeres puede durarle hasta cinco.
Dolores articulares y sequedad vaginal. Esta última puede causar molestias y dolores al momento de tener relaciones sexuales, lo cual puede influir negativamente en la relación de pareja, por lo que es recomendable incluir a los maridos en el tratamiento para que puedan comprender el proceso por el cual se está pasando.
Consiste básicamente en la ingesta de hormonas, las cuales pueden ser orales en forma de comprimidos o como parches o cremas gel a través de la piel.
El otorgar o no tratamiento durante el periodo del climaterio depende fundamentalmente de la calidad de vida de la mujer.
Los riesgos que conlleva el tratamiento son principalmente la posibilidad de una trombosis (coágulo en alguna vena) o infarto al corazón y el aumento de riesgo de un cáncer de mama. Por esto es importante determinar quiénes pueden recibir tratamiento de hormonas y quiénes no.
Para pasar por esta etapa de una manera más llevadera, lo que la mujer debiera hacer, a partir de los 40 años, es replantearse sus hábitos de vida. Comer menos y más sano, acompañar la dieta con ejercicios, como caminatas forzadas de 40 minutos, no fumar e injerir lo justo y necesario de alcohol.
Si se logran esos hábitos y se llega saludable a este periodo de la vida, puede que la sintomatología sea menor y no sea necesario requerir de tratamientos hormonales.
Para que el organismo de la mujer funcione adecuadamente en términos de ovulación, embarazo o menstruación periódica regular, es fundamental que una serie de componentes, tanto del sistema reproductor como del eje endocrino, trabajen de manera armónica. Si esto no ocurre comienzan a producirse algunos trastornos, entre ellos, el síndrome de ovario poliquístico.
Esta enfermedad corresponde a un trastorno en la interrelación hormonal de la mujer producto de una alteración funcional en el ovario, en que el problema radica en un ovario, cuya producción de hormonas está alterada y pierde la capacidad de ovular.
Es un trastorno bastante frecuente que afecta principalmente a mujeres jóvenes, sin embargo, no existen estadísticas, ya que muchas mujeres lo padecen sin notarlo o no lo descubren hasta que presentan problemas de fertilidad.
Síntomas
La mujer de ovario poliquístico es aquella que vive frecuentemente con atrasos en su regla o, en su forma más severa, padece ausencia de menstruación. Esto también produce que la paciente no logre embarazarse tempranamente, por lo que la infertilidad es otro de los motivos recurrentes de consulta.
Otros índices para su identificación son la tendencia al cutis graso, el acné, subir considerablemente de peso, tener vellos en forma exagerada o en zonas poco frecuentes o la aparición de pequeños quistes en el ovario, identificables ecográficamente. Todo esto relacionado también a un problema de prolactina que produce secreción de los pezones.
La causa del trastorno es desconocida y por lo tanto no existe manera de prevenirla o atacarla directamente, sólo puede diagnosticarse a través de los antes síntomas mencionados, ecografías o exámenes de sangre, para así determinar un tratamiento apropiado para la paciente.
Como no se conoce el origen de la enfermedad, no existe un medicamento que ataque el problema del mal funcionamiento del ovario. Por lo tanto, lo que el médico hace es tratar los trastornos que este mal funcionamiento produce.
El tratamiento más común es la receta de pastillas anticonceptivas, las cuales neutralizan y bloquean el ovario y, en general, en la medida que el problema se trate hay muy buena respuesta en términos de la evolución de los trastornos. Sin embargo, ese no es el motivo primordial por el que se debe acudir al médico.
El síndrome de ovario poliquístico es una enfermedad que avanza progresivamente y va agravándose si no es detenida a tiempo. Eventualmente puede elevar la insulina, lo cual hace que la mujer suba de peso, y mientras mayor sobrepeso, más alteraciones de insulina desarrolla, formando un círculo vicioso que podría conducirla a padecer una diabetes.
Por esto es fundamental que la mujer esté atenta y si percibe alguno de los síntomas en forma exagerada o anormal, consulte a un Ginecólogo o Endocrinólogo, ambos especialistas en el tema, en último caso para descartar la enfermedad.