La hepatitis crónica por virus B y C son la causa más común de cirrosis hepática y cáncer de hígado. Sin embargo, se estima que un gran porcentaje de las personas portadoras de estos virus no saben que están infectadas. Por ello, es fundamental informarse sobre los síntomas y formas de evitar el contagio.
La hepatitis crónica se define como una inflamación hepática, que se prolonga durante un período de tiempo de por lo menos 6 meses. Es originada por distintos factores, aunque en la mayoría de los casos el desencadenante es de origen viral. En el caso de la hepatitis B y C, el contagio de se produce por el contacto con sangre infectada.
El hígado es el encargado, entre otras cosas, de asimilar o eliminar del organismo distintos productos (nutrientes de los alimentos, toxinas, fármacos, etc.). También sintetiza la bilis, sustancia que se libera al comer, para ayudar en la digestión. Por ello, la irritación prolongada de este órgano puede traer graves consecuencias para el organismo, como cirrosis con un aumento del tamaño del bazo, acumulación de líquido en el abdomen y deterioro de la función cerebral.
“La hepatitis B y C se producen por contacto con fluidos de personas con los virus, por ejemplo, por transfusión de sangre o productos sanguíneos contaminados, contacto sexual no protegido y transmisión de madre a hijo en el parto, a través de la placenta”, explica el Dr. Juan Pablo Arancibia, gastroenterólogo y hepatólogo de Clínica Santa María.
Entre sus síntomas, se encuentra la ictericia (coloración amarillenta de la piel y los ojos), orina oscura, fatiga intensa, náuseas, vómitos, dolor abdominal, infecciones, acumulación de líquido en el cuerpo, hemorragia digestiva y compromiso de conciencia.
La hepatitis C, por su parte, es considerada una epidemia silenciosa, ya que pueden pasar hasta 20 años sin presentar los síntomas mencionados. Esta enfermedad, en su etapa más avanzada, es una de las principales causas de trasplante hepático en Chile.
Prevención
En el caso de la hepatitis B, existe una vacuna segura y eficaz para prevenir estas infecciones. Para la Hepatitis C no existe vacuna, por lo que la prevención depende de la reducción del riesgo de exposición al virus, tomando medidas como no compartir agujas, rasuradoras o implementos de aseo personal, además de tener relaciones sexuales con pareja única o con protección y no realizarse piercing o tatuajes en lugares no certificados.
Sin embargo, el virus se puede contraer también a través de la placenta al nacer o después de haber recibido transfusiones de sangre, por lo que es conveniente realizarse un examen de sangre preventivo si se sospecha que se podría estar contagiado.
En cuanto al tratamiento, ambos tipos de hepatitis requieren de una terapia farmacológica. Sin embargo, en los casos en que ésta no es eficaz y la enfermedad evoluciona hacia el desarrollo de una cirrosis hepática y sus complicaciones, la única alternativa es el trasplante de hígado.
Con la colaboración de: Dr. Juan Pablo Arancibia, gastroenterólogo y hepatólogo de Clínica Santa María.